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28 de octubre de 2017

LA AGRESIVIDAD VIAJA SOBRE RAÍLES

El ataque a un vigilante de Renfe pone en alerta a interventores y vigilantes. Algunos profesionales del sector alertan de un aumento de la violencia mientras que otros aseguran que los casos son muy esporádicos

Que puede pasar ha quedado claro. Que se lo pregunten si no al vigilante de seguridad que el miércoles fue agredido en la estación de Renfe de Villabona con piedras en la cabeza. Que el riesgo de que ocurra ha crecido en los últimos tiempos, sin ser tan evidente, es algo que comparten ya muchos profesionales que trabajan de cara el público en medios de transporte. Sin llegar a sembrar la alarma, advierten de que las agresiones en medios de transporte despiertan cuanto menos el interés del sector, cuando no la preocupación, en el caso de quienes las han vivido de cerca.

Hace un mes, un joven que perdió el autobús en el Boulevard de Donostia, se subió en otro y esperó a que volviera aquel que no había podido tomar para agredir al chófer en la cara. La gota colmó el vaso. «Los conductores estamos hartos y nos sentimos en total indefensión», denunciaron miembros del comité de empresa de Dbus, que cuentan cuatro episodios de agresión este año. Esta semana ha sido un vigilante de seguridad de Renfe quien ha sufrido el ataque indiscriminado, un año después de ser víctima de un intento de homicidio con una piedra en la cabeza por la espalda. «Impunidad» e «indefensión» fueron conceptos que recalcó el herido en su testimonio de ayer a este periódico. El colectivo que más directamente ha padecido casos de agresiones, el de los vigilantes de seguridad, es también el que con mayor vehemencia ha advertido sobre la amenaza de episodios violentos en el servicio del tren. Los profesionales de la seguridad vinculan el aumento de episodios que pueden poner la integridad de las personas en juego con la pérdida de autoridad del gremio.

Un vigilante que prefiere guardar el anonimato apunta que «hace años los vigilantes éramos guardas jurado, lo que equivalía a ser agente de la autoridad. Ahora somos auxiliares y solo nos convertimos en autoridad si la Ertzaintza nos pide colaboración en algún altercado». Su tesis es clara. «Han aumentado los casos de agresiones porque el vigilante ya no es nadie». Esta circunstancia tiene su traducción en los recursos que puede utilizar en su trabajo. «En la época que he citado, que será hace unos diecisiete años, podíamos ir armados, ahora no. Si no tienes nada, no puedes hacer frente a determinadas situaciones y, lo más importante, las armas tenían una labor principal de disuasión. El mero hecho de llevarla ya imponía». La consecuencia directa, señala, es que «te pierden el respeto y se atreven hasta a sacarte la navaja. Entonces, ¿qué haces?».

Los vigilantes han solicitado en el caso concreto de Renfe poder hacer uso de alguna herramienta más de las que pueden llevar hoy de manera legal, es decir, una porra de goma de 50 centímetros y unos grilletes o esposas. «Lo que hemos solido pedir es concretamente permiso para poder usar la porra extensible, que tiene un apéndice de hierro, o algún tipo de spray. Cuando la gente ve eso, se lo piensa». También confiesa que, ante el temor a posibles ataques, «hay algún compañero que sí ha solido llevar a escondidas este tipo de objetos aunque estén prohibidos para proteger su integridad física». Este profesional de la seguridad lamenta, por otra parte, la «impunidad» de quienes provocan actos violentos. Cita el ejemplo de «el agresor que hace un año protagonizó un intento de homicidio a un compañero y aún está pendiente de juicio, campando por los trenes».

«Armas dialécticas» Otro colectivo que aprecia una amenaza latente es el de los interventores que, entre otras cosas, afrontan la ingrata labor de exigir a los que viajan sin billete su bajada del tren. Carmelo Pérez lleva 28 años desempeñando esta función y hace dos semanas sufrió su primera agresión física directa -un puñetazo en la cara- de su carrera en Ategorrieta. No obstante, cuenta que «no es el episodio donde más miedo he pasado. Hace una docena de años, en Pasaia, me pusieron un cuchillo en el cuello y, gracias a un compañero, el tema no pasó a mayores».

Señala que «lo de los episodios violentos dura ya unos doce años, desde que un colectivo de usuarios aparece cada cierto tiempo, en remesas que, a veces, dejan algún grupo violento». Cita como eclosión del fenómeno «la llegada hace una década de menores tutelados a Tolosa que estaban poco familiarizados con las normas y los límites. Ahora llevábamos una temporada de bastante calma, pero parece que ha vuelto la amenaza». Añade que el riesgo se concentra en la franja de la tarde-noche de los fines de semana. La experiencia le ha proporcionado herramientas para lidiar con el riesgo. «Intentamos utilizar armas dialécticas y tener mano izquierda al pedirles que abandonen el tren. El siguiente paso es llamar a seguridad, lo que tienes que hacer alejándote un poco y sin darles la espalda».

Pese a todo, asegura que «la mayoría de la gente se porta bien», sensación que comparte desde el comité de empresa de Renfe Rafa Puerta. Reconoce que «va consolidándose un sentimiento de que hay impunidad pero no podemos exagerar porque lo que ocurre en Gipuzkoa no tiene nada que ver con lo que puede haber en capitales como Madrid o Barcelona durante las noches». Considera que «aquí no hay un índice de delincuencia alto» y apostilla que «la mayoría de profesionales tiene olfato ante un potencial caso de agresión y sabe cómo hacerlo para no meterse en líos». Le secunda la responsable del personal de intervención de Renfe, Ester Soto, al afirmar que «es difícil que se lleguen a dar situaciones extremas como la de esta semana y la mayoría de los que son llamados al orden se baja del tren sin altercados». Hace un llamamiento a «la tranquilidad».

Sin embargo, hay una parte del sector que «tiene una inquietud creciente por lo que puede pasarle en determinados servicios, sobre todo de noche o en fiestas», confirma el delegado de prevención de ELA en Euskotren, Joseba Eskobal. «Hay más crispación y agresividad en la sociedad y parece que la culpa la tienen los profesionales que trabajan de cara al público. Si algo no sale como uno quiere, cada vez se carga más contra quien está de servicio y es verdad que el riesgo de agresiones se ha acentuado últimamente».

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