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28 de julio de 2016

ENMIENDA A LA TOTALIDAD

A colación de todo lo expuesto en el artículo que, convenientemente enmarcado, seguidamente reproducimos (con todas y cada una de las tropelías lingüísticas que con tanto descaro y con absoluta ausencia de pudor en el mismo se perpetran) exactamente tal y como fue publicado en el día de ayer en Huelva Información; nos gustaría incidir y matizar sobre ciertos aspectos que consideramos relevantes.


'Torrentes' en el Juan Ramón Jiménez

TORRENTE, el brazo tonto de la Ley, es el título de una saga de películas de Santiago Segura. Uno esta convencido que en todas las profesiones hay profesionales que son el brazo tonto de las mismas. Así, hay maestros que son el brazo tonto de la docencia. Uno de los profesores de Primaria de mis hijas, decía en clase a los niños que los catalanes eran malas personas. Así esta el patio.
Coincidirán conmigo que en esto hay categorías; es decir, si encuentras a un camarero tonto que es el brazo borde de la barra, con ignorarlo es suficiente. Lo mismo a un taxista, una dependienta, el peluquero o el de la agencia de viajes... ¡Yo qué sé!

Pero hay profesiones más peligrosas que otras para la integridad de uno mismo. En esa categoría incluiría en primer lugar a los políticos, en posición de liderazgo aventajado. En segundo lugar a los médicos y completando el podium de profesiones peligrosas cuando un tonto las ejerce, situaría a los agentes de la autoridad.

Los políticos hemos de padecerlos, dado que no tenemos la libertad de deshacernos de ellos. Pero lo de los médicos y los agentes de la autoridad -que ese rango tienen ahora los vigilantes de seguridad- cuando les da por hacerse el torrente, dese usted por aviado si topa con ellos. Desde luego, si se juntan, lo mejor que puede hacer es poner los pies en polvorosa.

Justo lo que no pudieron hacer una paciente en camilla y su acompañante en el Hospital Juan Ramón Jimenez el pasado 6 de julio, cuando se encontraron a una doctora travestida de brazo tonto de la atención sanitaria y tres seguratas convertidos en brazo armado y alelado de la ley.

El resultado: dos usuarias discapacitadas esposadas, una de ellas agredida por el muy español y machista método del sopapo, ambas con lesiones, una denuncia en el juzgado y una portada en este periódico. Pero no hay Torrente sin un jefe o institución que lo justifique. Esa es la razón por las que cosas como esta quedan tapadas y enmascaradas en "es su palabra contra la nuestra" -también muy español-, hasta que el olvido haga el resto o un juez no lo remedie.

Ojalá en este caso, ante tamaña desproporción e injusticia, el funcionario al que le caiga semejante marrón ponga las cosas en su sitio. Si fuera el SAS, a la torrentedoctora implicada en el asunto, hasta ir a juicio, la mantendría apartada del servicio haciendo un curso de paciencia, humanidad y sentido común.

A los agentes de la empresa de Seguridad les pondría a escribir 1.000 veces, "no pegarás ni pondrás esposas a personas "discapacitadas" y otras 1.000 veces: "la protesta verbal no se reduce pegando a la gente". Eso sí, haciendo las o con un canuto, por si cometen faltas de ortografía. A este paso las Urgencias del Juan Ramón Jiménez van a tener más éxito que el Fary en la sala Xenon.

En primer lugar, nos parece, cuando menos inapropiada, la concesión espuria que en el susodicho texto se le brinda al amarillismo recalcitrante que tanto daño ha infligido e inflige al noble oficio del periodismo. Aun tratándose de un artículo de opinión, nos parece ímprobo (en el sentido de su primera acepción) aprovechar un caso aislado sin aclarar todas las circunstancias que en él confluyen para desacreditar y desprestigiar a cualesquiera otros colectivos profesionales. Lamentablemente también existen —pululando inmisericordemente por doquier— “torrentes” y “pantuflos” entre los periodistas. Es por ello, entre otros motivos, por lo que rechazamos rotundamente el tono y el desdén con el que el autor de tan oprobioso escrito, sin tener siquiera la prudencia de medir las funestas consecuencias que las generalizaciones injustas acarrean siempre, alude y habla de algunos de los trabajadores implicados en tan desafortunado incidente.

Por último, y sin acritud de ningún tipo, nos gustaría hacer una recomendación al autor que nos ocupa relacionada con algunas de las medidas que él mismo propone para subsanar lo que estima censurable. Para pretender ser mordaces y hacer buen uso de la socarronería, se requiere cierto nivel y capacidad. Si se desconoce que el plural de la letra o es oes, a la hora de apuntalar sus argumentos, absténgase de dar lecciones intentando menospreciar las aptitudes o las competencias ortográficas de otros. Es la única manera de evitar hacer el ridículo.

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