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12 de junio de 2012

¿Qué pasa cuando se mastica la inseguridad?





Por más que los mandos intermedios se empeñen en decirnos que el "riesgo de atraco" forma parte de nuestro trabajo y con ello hemos de contar ¡que para eso nos pagan la nómina! No estamos dispuestos a admitir que la inseguridad es inherente a la profesión del vigilante de seguridad. No nos ponemos el uniforme con la idea de que es irremediable pensar que nos van a pegar una paliza. Las empresas tienen la obligación de garantizar de forma efectiva la seguridad de sus empleados en el desempeño de sus funciones, y para ello existen leyes que deben velar por la seguridad y la salud en el trabajo así como prevenir sus posibles riesgos profesionales. Y aquí no podemos permitir ningún tipo de recortes, por mucha crisis que tengamos encima. Por eso seguimos insistiendo que los trabajadores tienen que comunicar las condiciones precarias en las que se les ofrecen ciertos servicios. SPV le ofrece un recurso "a la mano de cualquier trabajador" que pase por estas circunstancias, podéis utilizar la campaña "ante la inseguridad, Rebélate" donde totalmente garantizada la confidencialidad del compañero que comunique las deficiencias de su servicio.

¿Qué pasa cuando se mastica la inseguridad? Un claro ejemplo lo leímos hace poco en la prensa; un vigilante de seguridad de los miles que hay repartido por el territorio nacional. Trabajaba de noche en un matadero. A las cuatro de la mañana cuatro intrusos entraron en las instalaciones cubriendo sus rostros con pañuelos y armados con gruesas mazas de hierro. Seguramente accedieron por la zona de atrás de las instalaciones, por unas vallas en condiciones muy precarias y sin ningún medio de sistemas electrónicos de seguridad. Ni cámaras ni alarmas; el vigilante de seguridad solo ante el peligro. Autentica "carne de cañón". 

El objetivo de los ladrones, el supuesto botín que tenía que haber en la caja fuerte que estaba en un despacho. Los ladrones rodearon vigilante, y sorprendiéndole lo ataron de pies y manos a una silla. Tres de los cuatro ladrones intercambiaron un breve diálogo en un idioma irreconocible, el cuatro intruso, el único que hablaba en castellano le advirtió que borrase de su memoria lo que estaba viendo. «No me mires a los ojos si quieres que no te pase algo», le espetó. Le dio el ‘consejo’ de que no se quedara con lo poco que se podía ver de su cara toda vez que estaba cubierto, como los otros tres atracadores, con pañuelos que solo dejaban visibles, y con dificultad por ser de noche, los ojos. Estuvo maniatado a la silla durante más de una hora, hasta que pudo zafarse de las cuerdas una vez que se aseguró de que se habían marchado los atracadores. En esta ocasión, el compañero tuvo mucha suerte, no sufrió ningún tipo de daño más. Los ladrones se conformaron con los 700 que había en la caja fuerte. En realidad, algo menos, porque en su huida dejaron en el suelo un sobre con 30 euros... 

Esta historia, verídica como la vida misma, nos debe hacer caer en la cuenta de que nadie está libre de pasar por este trance. Y por ello tenemos que tomar unas mínimas medidas de protección. Y poner en conocimiento de nuestros superiores las deficiencias que detectemos para darles la oportunidad de subsanarlos inmediatamente, o bien, trascurrido unos días sin que tomen cartas en el asunto, ponerlos en conocimiento de la Autoridad Competente en la materia, para que sean ellos los que tomen las medidas que crean oportunas conforme a la ley.

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